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Acumulación por desposesión ante la reconstrucción del sismo.

El desvío de los recursos públicos a las empresas inmobiliarias.

El capital aprovecha la tragedia para valorizarse, proceso en el que sacrifica la calidad de los valores de uso y el bien común volviendo a poner en riesgo a la población. Una manera de lograr su reproducción, consiste en su despliegue a través de la incesante acumulación permanente (corrupta, fraudulenta, violenta) del espacio social. La acumulación originaria para David Harvey, consiste en una fuerza permanente e importante en la geografía histórica de la acumulación del capital mediante el imperialismo. El geógrafo marxista nos dice:

Como en el caso de la oferta de trabajo, el capitalismo siempre requiere un fondo exterior de activos para afrontar y superar las presiones de la sobreacumulación. Si tales activos, como una tierra «vacía» o nuevas fuentes de materias primas, no están disponibles, el capitalismo debe producirlos de algún modo. (Harvey, 2004: 115).

La acumulación originaria, en Marx, supuso toda una serie intermitente de luchas violentas. De esta manera, el nacimiento del capital no fue un proceso pacífico, quedó escrito “con letras de sangre y fuego”. Como decíamos arriba, la acumulación del capital, es permanente, el capital necesita expandirse a otros territorios y alienar las culturas. Marx ya lo veía desde los Grundrisse:

La tendencia a crear el mercado mundial está dada directamente en la idea misma del capital. Todo límite se le presenta como una barrera a salvar. Por de pronto someterá todo momento de la producción misma al intercambio y abolirá la producción de valores de uso directos, que no entran en el intercambio; es decir, pondrá la producción basada sobre el capital en lugar de los modos de producción anteriores […] El capital, conforme a esta tendencia suya, pasa también por encima de las barreras y prejuicios nacionales, así como sobre la divinización de la naturaleza; liquida la satisfacción tradicional, encerrada dentro de determinados límites y pagada de sí misma, de las necesidades existentes y la reproducción del viejo modo de vida. Opera destructivamente contra todo esto, es constantemente revolucionario, derriba todas la barreras que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas, la ampliación de las necesidades, la diversidad de la producción y la explotación e intercambio de las fuerzas naturales y espirituales. (Marx Karl, 2011: 360, 362).

En realidad la acumulación originaria ‒nos dice Harvey‒ revela un amplio abanico de procesos en el que el Estado con su monopolio de la violencia y su definición de legalidad desempeña un papel de respaldo y promoción de estos procesos. Este proceso no ha dejado de ser violento, pero en ocasiones disimula en forma de coacción legal facilitado por el Estado. Algunos de estos son:

1) Mercantilización y privatización de la tierra y la expulsión por la fuerza de las poblaciones campesinas.

2) La conversión de varios tipos de derechos de propiedad (comunal, colectiva, estatal) en derechos de propiedad privada exclusivos.

3) La supresión del acceso a bienes comunes comunales; la mercantilización de la fuerza de trabajo y la supresión de formas alternativas de producción y consumo.

Una clave central de estos procesos se da en la privatización que se presenta como el principal instrumento de la acumulación por desposesión. La privatización consiste esencialmente y sencillamente en la transferencia de activos públicos producidos a empresas privadas. Las empresas privadas y transnacionales se vuelven centros de acumulación del capital mundial, de la riqueza producida socialmente. Aquí por ejemplo las empresas inmobiliarias y constructoras entran en acción y aprovechan la situación de crisis, en este caso por el sismo y pérdidas de las viviendas y edificios públicos, para movilizar sus capitales que les generen nuevas ganancias. Estas empresas capitalizan y privatizan la crisis, los recursos públicos destinados a reconstruir las ciudades y pueblos azotados por el sismo. A estas empresas, no les interesa el producir valores de uso, sino reproducir la ganancia, su motor es valorizar el capital, es crear valores de cambio, sin importar la satisfacción real de las necesidades y demandas de las personas. Normalmente se realizan edificaciones de mala calidad, malos materiales y la gran parte llega a violar las normas de construcción y los usos de suelo según los planes de desarrollo urbano. En el sismo del 19 de septiembre de 2017, muchos edificios caídos en la ciudad de México, incluida la Escuela Rébsamen fueron construidos por constructoras privadas después del sismo del año de 1985 sin respetar el nuevo reglamento de construcción que se hizo después de aquel sismo. Claro está, nadie está pagando las pérdidas causadas por la corrupción más que los propios habitantes afectados. En el siguiente reportaje de Aristegui Noticias, se habla de una investigación de la revista Proceso titulada: “Los cimientos profundos del boom inmobiliario” de José Gil Olmos sobre estos casos:




Sin duda, estas empresas volverán a construir bajo la misma lógica y desafortunadamente ante otro movimiento telúrico fuerte quizá corran con la misma suerte que esta vez. Evidentemente, el pueblo no puede aceptar que en su seno se cree una clase que atente contra sus condiciones de vida. Las luchas por el territorio y la vivienda adecuada contra el capital están en pleno duelo. Las alternativas existen, pero no de manera dominante. Culminaríamos con una consigna: Sigamos apoyando la autoproducción y los espacios comunitarios autogestivos ahora en el proceso de reconstrucción. Luchemos por una política de vivienda que regule este proceso a través de la participación. ¡Viva la Producción y Gestión Social del Hábitat!



Bibliografía

Harvey, David. El nuevo imperialismo. Traducción de Juan Mari Madariaga, Madrid, editorial Akal, 2004, pp. 170.

Marx, Karl. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857~1858. Traducción de Pedro Scaron, volumen 1, segunda edición 1982, México, editorial Siglo XXI, décima reimpresión 2011, pp. 500.


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